Mi nombre es Goran, y desde que tengo uso de razón, el dolor
ha sido mi modo de vida. Siendo yo pequeño, una mujer me sacó de casa de mi
padre. Me llevó a la suya y me trató como a un perro. Me apaleaba salvajemente,
pero con cuidado de no matarme por accidente. Me humillaba constantemente, me
hacía mil diabluras todos y cada uno de los días de mi vida... Y yo la amaba.
Me raptó con trece años o así. Nunca he sido bueno con los
números. Lo único que tenía bueno era mi persistencia, ya que nunca he sido un
chico muy saludable. Me llevó a su casa, como a un esclavo, y me hizo beber
algo. Ahora sé que era sangre, ahora sé que la quería por el vínculo. Yo hacía
todo lo de la casa, buscar agua, cortar leña, atender el fuego, vigilarla por
el día... y yo no sabía qué era mi ama. Había oído las historias (todo el mundo
ha oído las historias) pero yo era demasiado temeroso del señor como para creer
que ella fuera una de esos drakul. Con el tiempo cambié de opinión.
Fui creciendo, mi espalda se hizo más ancha y mis brazos más
fuertes, pero no podía (ni quería) usarlos contra mi ama. La amaba demasiado
como para hacerla daño, aunque ella me lo hiciese a mí. No me importaba. Con el
paso de los años fui advirtiendo que ella hablaba con los animales, y que yo,
con algo de esfuerzo, podía entender lo que le decían. Así descubrí que estaba
confabulando con un tal Arnulf para que unos invasores extranjeros se apropiasen de nuestras tierras.
Siguió pasando el tiempo, inexorable, y yo seguía confiando
en que el Señor me salvaría pronto. Ya tendría unos veinte años, y estaba muy
cansado de las constantes palizas y el sentimiento de amor que sentía dentro de
mí. Ya debería haberme casado con alguna mujer, y haber tenido hijos. En cambio
estaba aquí, en un infierno interminable, prorrogado únicamente por la salida
del sol. En ese momento perdí la fe. Me armé de valor durante todo el día, y al
caer la noche me atravesé el corazón con un cuchillo de desollar.
Por un momento sentí que estaba a salvo de mi ama, lejos de
ella. Aunque fuese a ir a parar al Infierno por haberme suicidado, no podía ser
peor que mi infierno interminable. Pero el Señor tenía otros planes, otro de
sus estúpidos e inescrutables planes.
Mi ama me Abrazó, me convirtió en uno de ellos, en un
drakul, condenado por siempre. Al menos eso es lo que dicen los curas de los
vampiros: que son los Condenados. Yo no lo creo así. La vitae me hizo fuerte,
me hizo poderoso. Después de todo, hoy sigo vivo y ella no.
Se cabreó mucho conmigo, al menos eso pienso yo. Y pretendía
atormentarme para el resto de la eternidad (si no, ¿por que salvarme de la
muerte?). Después de eso, ella salió en uno de sus viajes. Esperé, viéndome
obligado a dormir de dia (me invadía un insoportable sopor pese a que intentaba
evitarlo) y no podía encender un fuego; cuando lo intenté estuve corriendo casi
dos millas antes de poder dominarme. Empecé a experimentar con mi cuerpo, con
lo fuerte que era, con lo que podía resistir: y descubrí que era muy
resistente.
Hacía continuas incursiones en las aldeas cercanas, buscando
sangre, pues mi sed era grande. Una vez un campesino me atacó con una azada,
que rebotó en mi frente y se partió en mil pedazos. El hombre se quedó tan
petrificado que no alcanzó ni a dar un paso antes de que yo ya le estuviese
desangrando con mis colmillos.
El tiempo pasó y no tenía noticias de ellas. Tanto tiempo
pasó que empecé a olvidar el amor asqueroso y deformado que sentí por ella.
Empecé a hacer preguntas a la gente, empecé a buscarla, y me enteré de que unos
cainitas, unos vampiros, la habían matado. En ese momento recogí mis pocas
pertenencias y salí de la cabaña, en busca de esos vampiros. Quería darles las
gracias.
Estuve vagabundeando cerca de dos años. Aprendí a
desarrollar garras en mis dedos y a fundirme con la tierra, a la par que a ser
más rápido y más resistente. Ningún animal podía vencerme en el cuerpo a
cuerpo. Entré al servicio de un cainita cerca de Bistria, y éste me enseñó algo
de tiro con arco y me contó historias como las que una madre cuenta a su hijo y
de lo que yo era, un vampiro; de la “organización”, de los clanes y de los
individuos que los forman. Me despedí de él en buenos términos, era un poco
excéntrico, pero supongo que es porque llevaba mucho tiempo solo. Me puso el nombre de "Doru", por lo resistente que demostré ser.
Me interné en los bosques, buscando pistas sobre mi ama (mi
sire, como ya sabía) y no encontré ninguna. Mis pasos me llevaron al sur, al
oeste y al norte. Al sur escaseaban los humanos, por lo agreste del terreno,
por lo que estuve a punto de morir de hambre en más de una ocasión. Cierta noche
encontré una cueva, donde me preparé para la salida del sol. Poco después de
que empezase a hundirme en la tierra entró un hombre, con ropajes de estudioso
o de monje, y se puso a hacer unos extraños símbolos en la boca de la cueva.
Yo pensé que se trataba de un humano, pese a que mi olfato
me decía que no, y mi hambre se impuso a todo lo demás. Llevaba demasiado tiempo
sin alimentarme, así que salí de la tierra y corrí hacia él. Él hizo algo, como
un encantamiento o algo así, que no se qué se proponía, porque hundí las garras
en su estómago (su cara de sorpresa fue como un regalo para mi ferocidad),
separándole el torso del resto del cuerpo y mordiéndole profundamente en el
cuello. Me alimenté de él y me sentí extraño por un momento. Acababa de
diabolizar a un vampiro, y la sensación era embriagadora. Mi bestia gruñó
satisfecha.
Después de eso, volví hacia el este, donde los rumores me
contaron que un grupo de vampiros se dirigía hacia allí; así que salí
apresuradamente y les seguí. Contemplé al grupo de asesinos de mi sire, sin
saber si sería buena idea y presentarme ante ellos, pues acababa de diabolizar
a uno de nuestra especie y no me sentía muy a salvo. Les observé durante más de
una luna antes de decidirme por lo siguiente: parecía que no se traicionaban
entre ellos; y yo llevaba demasiado tiempo solo. A solas con mi bestia, que ya
parecíamos uno. Visitaron el kzenato del conde Florescu, Napoca y después siguieron las
huellas de un tal Mitru (que luego me enteré de que era uno de mi clan, los
Gangrel). Ahora voy a su encuentro.
Creo que ya se qué hacer con lo que oí contar a mi sire. Y
también se que seguramente les sea útil la información.
Descripción física:
Alto, pelo negro rapado al cero (otro regalito de mi querida
sire), musculoso, ni un gramo de grasa, atlético. Músculos proporcionados.
Bastante sucio y desgarbado. Viste con los restos de una sotana marrón oscura,
con capucha. Unos pantalones de cuero, unas botas negras bastante deslustradas
y un cinturón también de cuero del que pende una espada sin vaina. Sobre los
hombros lleva un par de pieles de oso o algo parecido, y las manos las lleva vendadas
con lino.
Tiene la costumbre de gruñir entre dientes, y de rascar los
marcos de las puertas cuando pasa al lado. Está muy obsesionado con poder salir
de los sitios a los que entra, así que siempre se queda cerca de una puerta o
ventana cuando está en un sitio civilizado.
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